sábado, octubre 11

Alfonso Iberri, evocando sombras…

La poesía mexicana ha sabido ganar su espacio en la literatura universal. Encontrar su identidad no ha sido un camino fácil, el poeta ha tenido que naufragar por las letras dibujando y recreando realidades. En ese océano, la poesía Sonorense es joven y revolucionaria y sus letras han previsto una tierra de esperanza. Con su aliento, el horizonte perpetuo del desierto sonorense se constituyó en la musa de Alfonso Iberri.

Alfonso Iberri nace en el puerto de Guaymas el 16 de Diciembre de 1877. Desde joven, la facilidad de las letras lo llevó al campo de la docencia y, después, a incursionar en el ámbito literario. El reconocimiento de sus cercanos no esperó mucho y gracias a la posición económica de sus padres su formación fue prominente. En 1900, Guaymas era uno de los puertos más codiciados del Pacífico mexicano; la cultura mundial anclaba en sus playas.

En 1903 gana el primer premio en los Juegos Florales con motivo de las fiestas patrias. Era la época en que el gobierno de Porfirio Díaz proclamaba “Orden y Progreso”. Para las esferas pudientes, la estabilidad económica de México era una utopía al alcance de la mano. Se respiraba una momentánea tranquilidad, después de un siglo de colonialismo europeo. Vendrían días difíciles.

La vida cultural de México abría sus venas al modernismo y se advertía la presencia de las vanguardias artísticas. Iberri no era ajeno a esos movimientos literarios: si el modernismo irradiaba renovación, la vanguardia significaba una saludable ruptura de las tradiciones.

En 1905, Iberri crea la revista literaria Mercurio; el tono poético con que escudriña el lirismo en sus letras denota el compromiso del poeta. En 1909, publica en la ciudad de Chihuahua su poemario Mis Versos. En 1911, saca a la luz una nueva publicación: Consonancias y, después en 1919, publica De la Tarde en la ciudad de Douglas Arizona: Luego habrá de dedicarse al periodismo, hasta 1947, cuando participa en los Juegos Florales de Guaymas, obteniendo el premio con el poema titulado “Los Niños Héroes están de Fiesta”. A principios de los 50´s publica El viejo Guaymas, un libro de crónicas que esboza la joven ciudad de Guaymas de principios de siglo; un recorrido escrito de la historia sonorense a través de la memoria del poeta.

Alfonso Iberri no es un escritor que pueda encajonarse en una corriente literaria específica; su poesía trasciende el modernismo y cruza las vanguardias. La fuerza lírica de sus versos no puede encarcelar el sentimiento de la voz poética. Temas como la pasión, la patria y el amor son fáciles de rastrear entre sus versos. Sus poemas evocan el suave rumor de las olas de su natal Guaymas, cada verso es distinto y siempre inédito.

Pero el poeta no siempre las tuvo todas consigo. La Revolución Mexicana afectó de formas diversas a escritores e intelectuales contemporáneos de Iberri. Escritores de la talla de José Juan Tablada marchan al exilio, mientras otros, como Mariano Azuela, se enlistan en los movimientos emergentes revolucionarios.

Por su parte, el poeta guaymense decide permanecer en México sin participar de manera directa en el movimiento Revolucionario. Incide de manera intelectual. La Revolución se incrustó en su espíritu provocando desencanto y decaimiento. Había perdido el centro de su poesía, la Patria:
Mañana Gris

Siento ahora, lo mismo que en otros días,
que un torrente de vagas melancolías
inunda hasta los bordes mi corazón,
y que, calladamente, bajo el abismo,
arropado en el ala del pesimismo
y sin una esperanza de salvación.

La pérdida de su identidad y la Patria, asiduamente defendido en su poema Mis Versos: “Tú sabes musa mía mi culto por la patria…”, se convierte en la nostalgia de la voz poética perdida.

Esa voz poética serena que semejaba al canto del mar en las rocas, regresa después de la revolución con un tono temperamental. El lirismo sucumbe y vaga en busca del ritmo de un México versátil, infiel a las corrientes literarias preestablecidas.

El poeta no puede callar su dolencia, y la exime a través de la poesía. Un espejo inverso rodea los poemas, los temas se vuelven grises y la esperanza se torna efímera para después sucumbir en un apaciguamiento de total melancolía.

En 1922, Alfonso Iberri, llevado por los vientos de la posrevolución, dirige periódico El Heraldo en la Ciudad de México. Años más tarde regresará a Guaymas para dirigir La Tribuna. En el epílogo de su vida, tendrá a su cargo la Biblioteca Municipal de Guaymas. Su compromiso periodístico, similar al de otros poetas de la época, fue indeclinable hasta la muerte. El puerto que lo trajo al mundo, lo ve morir el 4 de enero de 1954. Su obra lo confirma como uno de los principales poetas del cactus inmemorial de Sonora.

Pese a que en 1982 el Gobierno del estado de Sonora lanza la segunda edición del libro El Viejo Guaymas con un tiraje de tres mil ejemplares, la obra poética de Iberri se ve amenazada con desaparecer. Alonso Vidal en su libro Poesía Sonorense Contemporánea 1930-1985, intenta resumir la obra de Iberri en cuatro páginas. No lo logra.

En 1999 Alonso Vidal recurre nuevamente a su memoria y publica en el libro Memoria Perpetua los perfiles que en su opinión conforman el canon Sonorense más importante del último siglo. Donde describe de manera detallada pero informal la figura del poeta Guaymense.

Iberri es un faro en la oscura línea del tiempo finisecular sonorense. Hablar de él es recrear la historia de Guaymas, abrir una compuerta de la cultura sonorense de principios del siglo XX. Una llave que deja fluir el aliento de la modernidad y la diversidad de la cultura mundial.

Una muestra singular de su vertiente épica podemos situarla en su poema Los Húngaros, la odisea de un niño en la frontera del desierto sentimental.
“Así era el viejo Guaymas”, destaca Iberri reiteradamente al finalizar cada capitulo en su libro El Viejo Guaymas. Con nostalgia evoca el paso de los buques legendarios, las historias cotidianas, la gente, las húmedas raíces portuarias.

“Estamos evocando sombras…” dice el poeta, y desde éste instante del continuo paso del tiempo, evocamos a la poesía de Alfonso Iberri cuya sombra no ha dejado de florecer en la costa de la literatura Sonorense.

Poemas
Mis Versos
(Primer premio en los juegos florales de Guaymas con motivo de las fiestas patrias 1903)

Amor de mis amores,
doliente musa pálida,
tus ojos de tristeza me enseñaron
el secreto de glorias ignoradas.

Tus manos tan compasivas,
tan puras y tan blancas,
me acariciaron con el triple afecto
de una novia, una madre y una hermana.

Tus labios elocuentes
me hablaron de esperanzas;
y cayó la cascada de tus besos
como una claridad, sobre mi alma.

Amor de mis amores,
doliente musa pálida,
tú sabe que mi numen es el triste,
débil, enfermo de infinitas ansias.

Tú sabes que mi sueños
como aves fatigadas,
ya no pueden volar, y se refugian
en mi cerebro, como en una jaula.

(¡Pobre cerebro mío,
guarida de fantasmas,
cuánto jugo perdiste, alimentando
vago delirios y quimeras vanas!)

Tú sabes Musa mía,
mi culto por la Patria,
por el Derecho que es la Ley suprema
y por la Ley que del Derecho emana.

Tú sabes que mi pluma
no es la venal esclava
de las pasiones y el prócer; sabes
que a la razón está subordinada;


y sabes, centinela
perenne de mi alma,
que atravieso la ruta de la vida
con la cruz de mis versos a mis espaldas.

¡Humildes versos míos!
quisiera daros galas;
revestiros de púrpura y de oro;
enjoyaros de perlas y esmeraldas,

zafiros, diamantes,
y ver cual defilarais
por las suntuosas páginas del Libro,
como en una pomposa caravana,

cantando dulces himnos
de amor y de esperanza;
derramando torrentes de armonía,
y raudales de luz sobre la almas.

¡Inútiles esfuerzos!
¡Aspiraciones vanas!
Siempre seréis los tristes peregrinos
que por la vida, sollozando, pasan;
los peregrinos tristes
de obscuras hopalandas,
como pálidos frailes pensativos
que, lentamente, en procesión, avanzan,
pidiendo a Dios, en tiernas
y místicas plegarias,
que llegue pronto el día en que se unan
con vínculos de amor, todas las razas.



Los Húngaros

Los húngaros vinieron
¡los húngaros... extraños peregrinos
por el mundo su miseria arrastran¡.

En la llanura escueta
levantaron su carpa,
donde, al son de viejos tamboriles,
la vajilla de cobre remendaban.

Con la haraposa turba
venía una muchacha,
flor de melancolía y de belleza,
orgullo de la pobre caravana.

Yo era un niño entonces;
y cuántas veces, cuántas
abandoné las aulas escolares
y me pasé los días contemplándola.

Y una mañana, como
mi espíritu nublada,
—yo desde pequeñuelo ya tenía
lleno de sombra y de tristeza el alma—

los húngaros se fueron,
y se fue la muchacha,
errantes siempre, sin saber a donde
la turba de bohemios la llevaba.

Flor de melancolía,
sin hogar y sin patria,
hija del mundo, hermana de los pobres,
¡ah cómo te pareces a mi alma!

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